La hierba

El camino lo ha inundado la hierba de lo poco transitado. Tanto es así, que uno no logra, por momentos, distinguirlo del pastizal. Duele ver convertida en un enorme barbecho la tierra que uno con tanto esfuerzo puso en cultivo.

De igual manera, las zarzas casi han cegado la entrada de la caverna; zarzas de recuerdos doloroso y esperanzas frustradas.

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No hay tiempo que perder; todo es cuestión de ponerse manos a la obra, ahora que se acerca la primavera.

Empuñar con viveza la hoz y abrirse paso. Quitar las telarañas, limpiar el guano de los murciélagos –sin molestarles demasiado, suficiente tienen ellos con estar amenazados de extinción –hacer recuento de las bestias de las profundidades, visitar las tumbas de los reyes enanos de antaño… Encender, al fin, con reverencia, la llama largo tiempo extinta en el altar del fuego… Porque atiendan, señores, ha retornado el exiliado a la oscura libertad del mitreo.

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Por: El Exiliado del Mitreo

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